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 El Problema

 
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Nos encontramos frente a desafíos enormes y complejos: el cambio climático, una crisis de la biodiversidad y una importante carencia de medidas para una transición eficiente hacia una economía sostenible, estable y más equitativa. La raíz de muchos de nuestros problemas ambientales y sociales surge de un defecto de mercado que los economistas han dado en llamar “externalidades”.


Externalidades negativas,

como la contaminación o el cambio climático, suprimen costos en la producción de bienes y servicios y en lugar de sufrirlos el productor, son trasladados al público general. Esto equivale a un inmenso e injusto impuesto y subsidio oculto.

Externalidades positivas,

son aquellos beneficios como la producción de oxígeno o agua potable que surgen de manera natural pero no son contabilizados dentro del PIB, y no aportan a la creación de riqueza.

Para reequilibrar el sistema existen algunas soluciones voluntarias y de políticas, como impuestos, regulaciones, mecanismos artificiales del mercado (por ejemplo, cap & trade) y la filantropía para enmendar fallas del mercado.

Pero por buenas que sean, las soluciones voluntarias y de políticas resultan insuficientes por varios motivos:

  • No aportan recursos suficientes para gestionar la magnitud de los problemas ambientales y sociales.

  • No son capaces de establecer precios precisos que reflejen los verdaderos costos de producir bienes y servicios.

  • Se basan en la transferencia de riqueza, no en la creación de riqueza.

  • Son fuertemente resistidas por quienes deben hacer frente a los impuestos y regulaciones resultantes.

En tanto no se considere a la naturaleza un activo capaz de producir ingresos y riqueza directos, será muy difícil proteger y promover activos naturales vitales y generar un cambio sistémico de la magnitud necesaria.

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¿SOMOS NOSOTROS O ES EL SISTEMA?

Lamentablemente, muchos somos conscientes de los problemas...

la degradación ambiental, la extinción de especies en niveles históricos, el cambio climático y la acidificación de los océanos. También existe cada vez más presión social debido a un crecimiento económico desparejo, la creciente inequidad en los ingresos y los activos, y una economía que demasiado a menudo avanza a los tumbos de crisis en crisis.

Pero pocos conocen la raíz de estos problemas. Una gran parte de nuestras dificultades sociales y ambientales surge de contar con información incompleta sobre los costos de producción de bienes y servicios y la exclusión de determinados activos (naturales, humanos y sociales) de la corriente principal de la economía. Los economistas llaman “externalidades” a estos desequilibrios, por ejemplo, a la contaminación. Para compensar estos desequilibrios, empleamos medidas paliativas con el objetivo de “arreglar” problemas sistemáticos de diseño. Entre estos parches encontramos: regulaciones, impuestos, mercados artificiales (como “cap & trade”) y la labor de las organizaciones sin fines de lucro.

Lamentablemente, estos intentos resultan insuficientes. No hay recursos suficientes que puedan ser transferidos o donados, capaces de contrarrestar el daño que causan las falencias en los cimientos de nuestra economía. A pesar de estar haciendo nuestros mejores esfuerzos, tan solo logramos desacelerar la degradación sin conseguir abordar la raíz de los problemas.

Cuánto Cuesta un Calcetín

Ante la pregunta: “¿Deberíamos destruir una selva tropical virgen en Ecuador para hacer una perforación petrolífera?”, el 90% o más de las personas diría: “No, debemos preservar la selva tropical porque es demasiado valiosa”.

Ante la consulta sobre quién está de acuerdo con tener talleres textiles donde las condiciones de trabajo son peligrosas y nocivas, el 90% o más estaría nuevamente en desacuerdo.

Por cierto, encuesta tras encuesta indican que la inmensa mayoría de las personas apoya un ambiente laboral seguro con condiciones de trabajo equitativas.

Pero con certeza, prácticamente el 99% de nosotros, al comprar combustible, esperará obtenerlo al menor costo posible. Cada vez que aumenta el precio del combustible, surge una fuerte exigencia de que los gobernantes hagan algo al respecto. Cuando compramos ropa también esperamos poder pagar lo menos posible.

En una investigación reciente de la Universidad de Michigan, se les ofreció a los compradores dos clases de calcetines. Una de ellas indicaba visiblemente proceder de una fábrica con condiciones laborales y ambientales seguras, mientras que la otra no. El 50% de los compradores optó por adquirir las medias “buenas”. Cuando la diferencia de precio entre ambas subió sólo un 5%, este porcentaje bajó a 37%, una caída del 25%. Cuando la diferencia de precios se elevó a un 30%, solamente el 24% de los clientes decidió comprar las medias “buenas”.

El ejemplo del calcetín constituye un experimento controlado y los investigadores facilitaron la observación de la diferencia de precio y del motivo: un par era más caro que el otro y los compradores claramente conocían el motivo de la diferencia – que los empleados que trabajaban en la fábrica del par más costoso, lo hacían en un ambiente seguro y no contaminante. Los compradores tenían una elección clara que hacer. En el mundo real, es mucho más complejo. La mayoría de los productos no poseen este tipo de etiquetas. Algunos están marcados como “comercio justo”, que significa algo específico, pero otros simplemente se denominan “natural”, lo que es mucho más ambiguo.

Incluso este claro ejemplo solo da cuenta de la mitad de la historia. Las etiquetas solamente expresan una parte. A pesar de que en el experimento las opciones estaban claras, había un par de “calcetines baratos” y otro par “más caro”. Sin embargo, el precio en la etiqueta del par más barato solamente reflejaba una parte de los costos. El resto incluye un costo social y ambiental que otra persona, o la sociedad toda, pagan involuntariamente; no lo paga ni el comprador, ni la fábrica, ni el local que los comercializa.  La etiqueta del precio nos ofrece información falsa y, por lo tanto, una elección falsa.

Si volviéramos a hacer el experimento y las medias “buenas” costaran menos que las otras, ¿cuántos elegirían comprar aquellas fabricadas en condiciones seguras? ¿Y si los calcetines “buenos” ahora fueran los más baratos y los “malos” costaran el doble porque el precio contemplara condiciones de trabajo seguras, salarios justos y costos ambientales? En este caso, encontraríamos estantes llenos de las “medias baratas”, que ahora se habrían vuelto más caras, disponibles para aquellas personas patológicamente indiferentes o económicamente irracionales, que constituyen una pequeña minoría de la población y un nicho de mercado muy específico. Así de sencillo debería ser vivir y comprar cosas alineadas con nuestros valores y conveniencia económica.

Hay quienes podrán decir, y de hecho sostienen, que este tipo de experimentos muestra que somos moralmente imperfectos, que somos malas personas porque somos indiferentes. En un mundo ideal en el que disponemos de todos los recursos y tiempo para que nos importe, quizás, pero, de hecho, lo que queda demostrado es la auténtica dificultad que tenemos, a pesar de nuestras mejores intenciones, para traducir nuestros valores sociales y ambientales en acciones cotidianas. No solo se debe ser muy valiente, sino también estar híper atento y dispuesto a verse económicamente penalizado, para mantenerse firme con el “comercio justo” y los productos “orgánicos”, “amigables para las aves”, “naturales”, de animales “de granja”, “localmente producidos”, ¡uf!

Debajo de la contradicción entre lo que decimos querer y lo que logramos hacer, subyace una larga batalla entre los movimientos ambientales, económicos y sociales. Queremos una economía robusta, aire y agua limpios, abundante vida silvestre, pleno empleo y que todos recibamos un trato digno. El problema surge cuando debemos actuar acorde a estos principios. Cuando nos levantamos por la mañana y debemos tomar decisiones para poder comer, mantener nuestros hogares y criar a nuestros hijos, se vuelve más complejo integrar nuestros principios en nuestro accionar. La vida ya es bastante compleja sin ser un activista ambiental y social y, a la vez, un sabueso de productos.

¿Y por qué tenemos un sistema de precios que solamente representa costos parciales? La verdad es que hay un grave error de diseño en nuestro sistema económico. No es solamente un defecto moral o ético. Nuestros corazones y nuestras mentes están alineados, pero no así nuestras billeteras. Lamentablemente, en el sistema en que vivimos nuestras billeteras son mucho más poderosas que nuestras buenas intenciones.

El error imperdonable de nuestro sistema actual es que no contabiliza todos los costos y excluye ciertos valores. Volviendo al ejemplo de la selva tropical ecuatoriana, podemos expresar que potencialmente existen US$20.000 millones en petróleo bajo la tierra. Pero no podemos determinar el valor de la selva misma. ¿Cuál es el valor de la selva tropical? ¿Qué hay de los servicios a largo plazo que ofrece? Estas cifras no existen o se encuentran documentadas únicamente en informes académicos: US$20.000 millones en petróleo versus el valor desconocido de la selva tropical y todo el capital natural que representa. Es difícil tomar decisiones cuando solamente contamos con la mitad de la información. Al igual que con las medias más baratas, se vuelve complicado resistir la tentación de esos US$20.000 millones disponibles.

Por otra parte, tenemos los costos. Construir las carreteras, perforar los pozos, transportar el crudo y pagar las regalías al gobierno y/o dueños de las tierras, tendrá un costo. Así funciona la contabilidad tradicionalmente. Si el costo es menor al valor del petróleo obtenido, el proyecto avanza. Pero, al igual que en el ejemplo de los calcetines, estos costos no incluyen la destrucción de la selva, la pérdida de los servicios forestales durante décadas, mayor contaminación, los potenciales derrames de crudo ni la pérdida de capital genético. Estos factores representan el uso indebido de capital para un proyecto que se volvería inviable si se tuvieran en cuenta los costos reales.

Este problema de la contabilidad incompleta ha sido identificado hace tiempo. Los economistas han acuñado un término arcano para la contabilidad incompleta: “externalidades”. Las “externalidades negativas” son los costos que otra persona paga involuntariamente. Un niño podrá enfermarse de asma a causa de la contaminación en el aire, por ejemplo, pero no veremos un cargo en nuestra factura mensual de combustible en concepto de “Niños con asma”. Tampoco está discriminado el costo de quedar atascado en el tráfico, perdiendo tiempo y contaminando el aire. De igual manera, no se tienen en cuenta los costos de los daños producidos por la extracción de petróleo o carbón, y así sucesivamente.

Estos costos son soportados por otros y constituyen un impuesto oculto, que con frecuencia hace que las cosas parezcan más asequibles de cierto modo, cuando una contabilización completa de los costos revelaría exactamente lo opuesto.

La ausencia de una valoración más precisa de los activos naturales y sociales también puede dejar afuera a las “externalidades positivas”. Este término se refiere a los beneficios que se obtienen sin pagar nada. Por ejemplo, hacer que una casa sea ignífuga. Si tu vecino lo hace, tu vivienda se verá protegida de que se propague un incendio, aún si tu casa no tiene tal tratamiento. Tu vecino paga el precio y obtienes un beneficio gratuito. La mayoría de los servicios naturales constituyen externalidades positivas: un bosque purifica el aire y el agua, reduce el riesgo de inundaciones, ofrece un hábitat para la vida silvestre, captura carbono, crea y almacena capital genético y brinda oportunidades recreativas.

Los costos de las externalidades negativas son reales, y el capital natural no es gratuito, simplemente no están correctamente contabilizados. Para compensar estos procesos contables incompletos, utilizamos un enfoque de Rube Goldberg para forzar a que la economía reconozca estos costos y valores no calculados.

Cuando las cosas tocan fondo, cuando tenemos el aire terriblemente contaminado, alimentos poco seguros, lugares de trabajo riesgosos, elevados costos de salud o desempleo crónico, tradicionalmente nos apoyamos en impuestos y regulaciones. Por supuesto, toda nuestra economía se ve afectada por estos impedimentos, en la medida en que se le impone información sobre precios a través de este ineficiente proceso político.

El resultado de estas correcciones artificiales es que aquellas cosas que nos importan pueden terminar considerándose enemigas del empleo y la creación de riqueza. Aquellos activos que valoramos se convierten en pasivos porque se los asocia con las instancias en las que la gente se ve afectada por un impuesto, o cuando se les informa que no pueden hacer algo o se les niega algún permiso para construir algo que deseaban, o cuando deben cargar con los costos administrativos de determinada regulación. Pero no hay forma de visibilizar los impuestos y la pérdida de riqueza y de bienestar entre los costos ocultos y oportunidades perdidas.

Como en los ejemplos de los calcetines y la potencial extracción de petróleo, la balanza está inclinada. Solamente los ecologistas más fervientes y los grandes idealistas estarán dispuestos a tomar decisiones económicamente desfavorables o a adoptar regulaciones que “dañen” la economía.

Los grupos de activistas hacen lo mejor posible por generar conciencia y ejercer su influencia sobre estos procesos políticos increíblemente ineficientes, para que esta economía mal diseñada se vea obligada a asumir algunos de esos costos. Pero cuentan con una fracción mínima de recursos en relación al resto de la economía.

Podemos seguir haciendo lo que hemos venido haciendo hasta ahora. Podemos tratar de regular una vez que el problema es lo suficientemente grave para generar indignación. Podemos desear que nuestro interés por el medio ambiente se vuelva tan popular como las religiones, la ética o la moda. Podemos guardar esperanza en que el potencial humano, la educación de nuestros niños y el capital social sean integrados a algún nuevo programa gubernamental. Pero más de cien años de experiencia sugieren que hacer lo mismo esperando resultados diferentes es absurdo.

No debería ser tan difícil tener la calidad de vida que nosotros y todos los seres vivos merecemos. Podemos seguir invirtiendo energía en parches que no resuelven los asuntos o podemos aceptar el problema real, llegar a la raíz de la mayoría de nuestros problemas sociales y ambientales y empezar a resolverlos y no solo paliarlos. Si no encontramos la manera de integrar las externalidades negativas y positivas en nuestra economía central, siempre tendremos un sistema que estará fuera de sintonía con nuestros deseos de contar con una economía robusta, un medio ambiente saludable y un óptimo bienestar humano.

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